«El antropólogo inocente» de Nigel Barley. ¿Un profeta del GAS?

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Un libro que no ha leído Belén Esteban. Fuente:

¿Cómo era posible que semejantes estudios [los antropológicos] fueran rentables? Evidentemente, había algún tipo de propósito oculto. El espionaje, la búsqueda de yacimientos minerales o el contrabando habían de ser el verdadero motivo. La única esperanza que le queda a uno es hacerse pasar por un idiota inofensivo que no sabe nada de nada. Y lo logré.

La verdad es que todavía no hemos escrito muchas reseñas de libros. Entre otras cosas porque no sabemos leer y tenemos que tener a un niño tailandés de ocho años  revisando algunos libros random para que luego podamos hacer pasar la crítica como nuestra. Esta vez el niño de ocho años con peinado mullet ha decidido traernos “El antropólogo inocente” de Nigel Barley publicado por la editorial Anagrama. Este señor nació en 1947, estudió en la Universidad de Cambridge y se doctoró como etnógrafo y antropólogo en la Universidad de Oxford… ahí es nada. A pesar de que ha conducido trabajos de campo a cascoporro, el amigo Barley es más conocido por sus libros de viajes así como por sus autobiografías, como el libro que al niño tailandés nos trae entre manos.

“El antropólogo inocente” se publicó en 1983. En él, Mr. Barley narra las peripecias que vivió durante sus trabajos de campo entre los Dowayo, un pueblo situado en la actual Camerún. Desde el momento en que tiene que “escoger su pueblo” para sus estudios hasta el momento en que vuelve a la civilización europea, Barley nos relata la parte más oscura, o la parte que no es tan visible, del oficio de ser antropólogo. Decimos antropólogo, pero en sus páginas más de una arqueóloga nos sentiremos total y absolutamente representadas. Este libro es, pues, mitad y tres cuartos de estudio etnográfico sobre los Dowayo con un par de huevos de experiencias y opiniones de Nigel Barley sazonado con un buen puñado de ironía. La guinda al pastel sería la crítica destructiva que se deja entrever entre líneas. Una ironía que aunque a veces te hace reír como una hiena a punto del apareamiento, esconde en el fondo una desazón por el oficio que dan ganas de llorar… como una hiena después del apareamiento.

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Nigel Barley, tó sexy. Fuente: viajandoconlosfodor

Y es que la incisiva crítica de este tipo es a veces desconsoladora, tan jodidamente realista y cínica sobre el oficio que no es de extrañar que, en general, se le haya ignorado por parte de la academia. A veces es difícil verse reflejado de una manera tan cruda y Nigel Barley golpea a veces durillo. El niño tailandés nos reproduce el siguiente párrafo:

“La vida universitaria de Inglaterra [leáse Ejpaña] se basa en toda una serie de supuestos arbitrarios. En primer lugar, se supone que si uno es un buen estudiante, será un buen investigador. Si es un buen investigador, será también un buen enseñante. Si es buen enseñante, deseará hacer trabajo de campo. Ninguna de estas deducciones tiene fundamento. Hay excelentes estudiantes que resultan lastimosos investigadores; extraordinarios eruditos… que dan unas clases tan rematadamente aburridas que los alumnos expresan con los pies la opinión que les merecen y se evaporan como el rocío bajo el sol africano”… “No son precisamente datos lo que le falta a la antropología, sino más bien algo inteligente que hacer con ellos”… “La justificación del estudio de campo, al igual que la de cualquier actividad académica, no reside en la contribución a la colectividad sino en una satisfacción egoísta”.

¡Este tío era del GAS y no lo sabía, kaben zotz!

Y con esta mirada cítrica el amigo Barley se fue de visita antropológica y arquehólica con los Dowayo. Una de las grandes aportaciones de este libro es que huye de todo paternalismo facilón con respecto al propio pueblo Dowayo, pero tampoco les pone a un nivel de basura tan propio del pensamiento moderno. Más bien los trata con una mezcla de distanciamiento y empatía lógica. A Nigel Barley le revienta la cultura Dowayo porque no es la suya, pero logra entender sus entresijos e introducirse en ellos con una gran sensibilidad y respeto. Los Dowayo a lo mejor le tenían semanas esperando para un acontecimiento supuestamente inminente, cosa impensable para un británico de pro, al igual que intentaban sacarle hasta la más mínima posesión de la que disponía… con especial referencia a la cerveza (según Barley, los Dowayo se cogían unas melopeas galopantes con media cerveza)… “La línea que separa “lo mío” de “lo tuyo” está sujeta a una constante renegociación y los dowayos son tan expertos como cualquiera en el arte de sacar todo el provecho que pueden de su vinculación con un hombre rico”.

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Un niño dowayo imitando el grito de Munch. Fuente: http://www.flickr.com

En fin, por no alargar más una reseña que solo intenta llamar la atención para que leáis este libro (y para que nos mandéis vuestras reseñas para publicarlas aquí, leñe), recomendamos este gran libro que resume todas las características de lo que queremos para el GAS: crítica, humor, palabras malsonantes y antropología/arqueología. Así que… leedlo ya, o morid. Ahora, si queréis leer una reseña más seria, os dirigimos aquí.

Os dejamos con una de las anécdotas contadas por Barley entre los dowayo… y así todo el libro:

“Mi vacilante dominio de la lengua constituía otro peligro grave. La obscenidad nunca anda lejos en dowayo. Una variación de tono convierte la partícula interrogativa, que se añade a una frase para transformarla en pregunta, en la palabra más malsonante del idioma, algo parecido a “coño”. Así pues, solía yo desconcertar y divertir a los dowayos saludándolos de este modo: “¿Está el cielo despejado para ti, coño?” Pero mis problemas no se circunscribían a las vaginas interrogativas; también las comidas y la copulación me planteaban dificultades semejantes. Un día me llamaron a la choza del jefe para presentarme a un brujo con poderes para propiciar la lluvia. Se trataba de un valiosísimo contacto y yo llevaba varias semanas pidiéndole con insistencia al jefe que arreglara un encuentro. Conversamos educadamente tanteándonos uno a otro. Se suponía que yo no sabía que era un brujo de la lluvia; el entrevistado era yo, y creo que le impresionó mucho mi respetuosa actitud. Convinimos en que le haría una visita. Yo tenía prisa por marcharme porque había comprado un poco de carne por primera vez en un mes y la había dejado al cuidado de mi ayudante. Me levanté y le estreché la mano cortésmente. “Discúlpeme –dije-, tengo que guisar un poco de carne”. Al menos es lo que pretendía decir, pero debido a un error de tono declaré ante una perpleja audiencia: “Discúlpeme, tengo que copular con el herrero”.

Max

6 comentarios en “«El antropólogo inocente» de Nigel Barley. ¿Un profeta del GAS?

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  4. Totalmente acertado el comentario. Uno de los aspectos que más me llamó la atención del libro de Barley fue el tratamiento tan directo de aspectos que apenas se visibilizan en los trabajos cienticíficos. En el párrafo que nos traes das con dos de esas claves: la sexualidad y el ayudante del antropólogo (como podrían ser, por ejemplo, los «obreros» en algunas intervenciones arqueológicas). Os recomiendo muy mucho que veáis una película del director de Tropa de Élite (otro peliculón) José Padilha. La película se llama «Segredos da tribu» y trata de cómo la antropología francesa destrozó literalmente la articulación social del pueblo yanomami a través del sexo, por ejemplo. Ya os advierto que deja muy, pero que muy mal sabor de boca. De hecho, amigo «El Arque(er)ólogo», te retamos desde el GAS a que hagas una reseña de este documental. ¿Aceptarás el reto? Chan, chan, chaaaaaaan. Max

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  5. Uno de los pasajes más interesantes del libro:

    «Los encuentros sexuales son en África tan poco románticos y brutales en su naturaleza que sirven más para incrementar la alienación del estudioso de campo que para moderarla y es preferible evitarlos. Sé por conversaciones informales mantenidas con colegas que no siempre es así. La posición sexual del investigador de campo ha sufrido una revisión radical en consonancia con las transformaciones de las costumbres sexuales de Occidente. Mientras que en la era colonial no estaba bien visto tener a miembros de otras razas -lo mismo que de otra clase social o religión- como pareja sexual, hoy día los límites son mucho menos estrictos. […] Es este un terreno -lo mismo que el del ayudante de antropólogo- que ha sido omitido en la literatura especializada pero no en la experiencia real. […] En mi caso particular, el hecho de que los dowayos consideraran que carecía de vida sexual en la aldea fue una bendición; ello me permitía tener todo tipo de libertades de las que no podía gozar ningún hombre dowayo. Normalmente, que un hombre esté solo en una choza con una mujer constituye una prueba irrefutable de adulterio; pero imaginarme a mí fornicando con las doncellas dowayo resultaba francamente ridículo, de lo cual por lo menos yo me alegraba.» (pp. 200-201).

    Mola porque enfatiza la importancia de la experiencia e información que el/la antropolocx obtiene al mantener relaciones sexuales con las personas del grupo en el que lleva a cabo su investigación. Aquí dejo una minireseña de un libro interesante sobre el tema:

    http://muse.jhu.edu/journals/eth/summary/v047/47.2trexler.html

    Y aunque es cierto que casi ninguna arquehólica olvida los condones cada vez que va de excavación, muy pocas veces reflexionamos sobre el papel que la sexualidad ocupa en el desarrollo de nuestra profesión. La autora anónima de este artículo sí que lo hace, ¡muy recomendable!:

    http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/00438240050131153#.VjVnv7cvfIU

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